Durante los siglos XVII Y XVIII, la provincia de Cádiz junto con esas famosas islas de El Caribe y los Mares del Sur, se constituye como uno de los enclaves de la piratería del mundo. Y no es extraño. Tanto para África como para América y dada esa posición geoestratégica de dulce dentro de las rutas comerciales del momento, este destino era un tesoro irresistible. El litoral gaditano ofrecía refugio y estabilidad como centro de operaciones. Entonces, los piratas también izaban aquí su bandera para hacerse con el botín más preciado. Aristócratas, aventureros y militares fueron tentados por la piratería en una de las grandes puertas del mundo.
No hablamos de los piratas “digitales” tan de moda en nuestros tiempos. Se trata más bien de aquellos que navegaban por nuestras costas y que temían, con razón, aquellos barcos que pretendían cruzar estas ricas aguas.
Son muchos los autores que han escrito sobre la figura del pirata y han creado románticos mitos sobre esta peculiar “profesión a lo largo de los tiempos”, pero… ¿Qué hay de verdad en ello?… Javier Martínez-Pinna, profesor de historia, investigador y autor del libro, “Esto no estaba en mi libro de historia de la piratería” (Almuzara), nos aporta algunos datos claves para descubrir qué hay de verdad en ello. Ofrecer un poco de claridad a lo qué hay detrás de esta actividad delictiva en aguas del Caribe y del Mediterráneo que tanto interés despierta.
Orígenes de la piratería
Así lo explica Martínez-Pinna. “Los orígenes de la piratería están relacionados de alguna manera con Cádiz. Uno de los primeros testimonios que tenemos sobre la historia de la piratería es más o menos hacia el año 1000 cuando los barcos fenicios seguían las rutas comerciales del Mediterráneo hasta Hispania, pues fueron asaltados por los que consideramos los primeros piratas de la historia en el ámbito mediterráneo, los piratas del Egeo que se lanzaron sobre esos barcos llenos de mercancías fenicias con la intención de capturar un botín o esclavos para venderlos en los mercados”.
Pero es que España tuvo un papel muy activo en esta historia. “Hay dos grandes centros de piratería, uno es el famoso Caribe pero otro lo constituyen esos piratas del norte de África que tuvieron un papel muy activo en la zona del levante español. Se dedicaron a asaltar a todas las poblaciones del sur de España. En algunos casos fueron ataques tan violentos que generaron un despoblamiento en todos aquellos pueblos que estaban situados muy cerca del mar”, relata el investigador.
La figura del corsario español
En el caso español no solo podemos hablar de piratas, ¿y los corsarios?. Esta figura aquí fue fundamental. “En el caso de España, yo destacaría la figura de los corsarios españoles, que son diferentes de la imagen del corsario de otros reinos europeos, como los ingleses, franceses u holandeses. Estos navegantes tenían un contrato con el reino de España, la patente de corso. Por ello tenían como misión recuperar esa carga robada por los piratas a los barcos españoles y devolverla a su legítimo propietario. El corso español tuvo un carácter mucho más defensivo de respetar la legalidad vigente que pudieran tener los piratas del norte”, concluye. Un nombre español de renombre entonces fue Amaro Rodríguez Felipe y Tejera Machado, popularmente conocido por Amaro Pargo, de origen canario.
Manuel Ramírez en un tratado de referencia titulado “Historia de piratas, corsarios y otras ratas de mar de Xerez y la Bahía” (Editorial AE) también nos introduce en este tema. Ahí se describe a Antón Bernalt, Jerónimo Marrufo y Jerónimo de Cubas como figuras protagonistas en la práctica del corso, esta variante legal de la piratería.
Como explica Martínez-Pinna en su texto, “durante el siglo XVIII se libró una auténtica guerra entre corsarios españoles y otros del norte de Europa en aguas del Caribe, lo que abrió una guerra abierta entre España e Inglaterra, la guerra del asiento”, concluye.
Un pirata, ¿un héroe?
Pero la realidad era otra. “Originalmente se ha interpretado al pirata como una figura y héroe de capa y espada, defensor de la libertad, pero después de descubrir las fuentes, los piratas hicieron del proceso de la muerte, del asesinato y la violación formas de vida más características. Tenemos casos concretos como Henry Morgan, por ejemplo, del que se cuentan auténticas atrocidades. Como que aplicaba la tortura de cuerdas para romperle las extremidades a los que capturaba y hasta les quemaba pajas secas en la cara para quemarles vivos”, relata el historiador.
Otro ejemplo internacional que sorprende por su crueldad, es Francis Drake. Fue un corsario, explorador, comerciante de esclavos. Dirigió numerosas expediciones de la Marina Real Inglesa en España y en las Indias. Participó en el ataque a Cádiz de 1587, la derrota de la Armada Invencible y el fallido ataque a La Coruña de 1589, entre otras.
Pedro Fernández Cabrón, un pirata gaditano de apellido muy “célebre”
Pues este es sin duda un caso especial. Al menos a recordar. Javier Fornell le dedica su libro, “Llamadme Cabrón. Historia de un pirata” (Ediciones Mayi). Y es que su historia lo merece, aunque no tenemos muchos datos de su verdadera vida, sus logros le preceden.
Se trata de un relato donde este pirata no era un personaje extraño, en realidad era un hombre respetable de familia importante pero que cambió de bando en varias ocasiones, según las alianzas variables iba improvisando. Pues eso le pasó a Fernández Cabrón en poco tiempo pasó a ser un pirata de renombre. Y de ahí, un sin fin de anécdotas que dejaron sello cruel en su apellido. Este es eco hoy de un insulto grave. Su crueldad y violencia eran legendarias y estaban en conocimiento de todos aquellos que formaban parte de sus círculos. Además aunaba todas las características de la sociedad gaditana de la época, tuvo gran peso político y económico en Cádiz. Sus terribles actos llevaron a que el nombre Cabrón, que era un apellido nobiliario de renombre en su tiempo, de origen genovés, se convirtiera en sinónimo de mala persona.
Entre sus especiales hazañas, quizá la más importante su participación en la expulsión de los judíos de España. Pero también participó en distintas campañas en el norte de África, en grandes acontecimientos de la historia de Castilla y su presencia fue reclamada en Nápoles como almirante de la flota aragonesa y en las guerras señoriales andaluzas. Como corsario al servicio de Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, actuó contra la corona portuguesa. En la ciudad de Cádiz, sustentó la regiduría, formando parte del cabildo municipal hasta su fallecimiento. Y esta labor como corsario al servicio de las casas andaluzas, fue la que llamó la atención de los Reyes Católicos.
También fue celebre en la conquista de Canarias. Aquí se estableció como uno de los grandes capitanes participantes que dejó huella. La cala del Cabrón da fe de ello. Los Reyes Católicos, en 1478, deciden ofrecerle el perdón por sus actos de piratería y corso a cambio de contar con su apoyo. Fue un mérito tal que le hizo ganar el perdón de los monarcas.
Un apellido que se perdió entre sus familiares y amigos que quisieron hacerlo desaparecer. Su familia fue sometida a tal degradación que pasaría a la historia dándole un sello infame a su apellido hasta convertirlo en un insulto grave que resuena en nuestra época, solo hay que preguntarle a la RAE.
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