Leer es un viaje eterno y un refugio sin fronteras

En un mundo cada vez más acelerado y digital, abrir un libro sigue siendo uno de los actos más poderosos y humanos. Leer no es solo un pasatiempo: es una forma de crecer, de soñar, de conectar con nosotros mismos y con los demás, sin importar la edad.

Para los más pequeños, la lectura es una llave mágica que abre las puertas de la imaginación. Un niño que lee no está solo: viaja con dragones, descubre planetas lejanos y se convierte en héroe por unas páginas. Como escribió Gloria Fuertes:

“El niño que lee, será adulto que piensa.
El niño que piensa, será adulto que sueña.”

Los cuentos alimentan su curiosidad, despiertan la empatía y fortalecen su vocabulario. Cuando compartimos un cuento antes de dormir, no solo enseñamos palabras: regalamos tiempo, calma y afecto.

Y para los adultos, la lectura es un refugio, una forma de seguir aprendiendo y sintiendo. Un buen libro puede acompañar en los días tristes, iluminar dudas o simplemente hacernos reír. Como dijo Jorge Luis Borges:

“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.”

Leer nos permite explorar otras vidas, otras culturas, otras épocas. Nos ayuda a pensar, a cuestionar, a recordar quiénes somos. Leer nos vuelve más libres.

La lectura une generaciones. Un abuelo que lee con su nieto comparte mucho más que palabras: transmite historia, ternura y valores. Y un niño que ve a los adultos leer, entiende que los libros no son tarea, sino tesoro.

Recordemos a Antoine de Saint-Exupéry y su eterno Principito:

“Todas las personas mayores fueron al principio niños.
(Aunque pocas de ellas lo recuerdan.)”

Un libro puede ser ese puente que nos devuelve la memoria de lo que fuimos y nos inspira a ser mejores.

Por eso, hoy más que nunca, es momento de leer juntos, leer siempre. Porque los libros no solo cuentan historias: nos ayudan a escribir la nuestra.